Este reportaje nos brinda la experiencia ciclista del Circuito de los Annapurnas en BTT. Un recorrido por el ático del Himalaya nepalí para circunnavegar los Annapurnas, entre cumbres de más de 8.000 metros. Un recorrido desde Pokhara hasta Besisahar, siendo el paso Thorong La (5.416 metros) la guinda del pastel.
Las bicicletas que montamos en Espaibici han recorrido medio mundo, ya sean las ciclovías europeas, las montañas andinas o los desiertos africanos. Si nuestras bicicletas pudieran hablar, tendrían muchísimas historias que contar. Como, por ejemplo, la imparable Surly Ogre de nuestro amigo y colaborador Gerard Castell con la que recorrió el circuito de los Annapurnas en BTT que nos relata.
Mi periodo de aclimatación antes de atacar el paso Thorong La (5.416m) finaliza la mañana que alcanzo Chabarbu (4.200m), un conglomerado de tres guesthouse pocos kilómetros más arriba de Muktinath.
Pasar de 1.400m a 4.200m en cinco jornadas quizás no es lo más óptimo, pero en la despensa aún conservo glóbulos rojos del Pamir (Tayikistán) y Uttarakhand (Himalaya indio).
La noche previa a la acometida me pongo en la cama con los nervios de la primera cita. Lamento no tener un compañero de batallas con quien quitar hierro al asunto horas antes de la partida.
A las cuatro de la mañana suena el despertador. Empieza la etapa reina del Circuito de los Annapurnas. Monto el ligero equipaje y me alegro de abandonar esta habitación liliputiense, que bien podría ser un congelador.
La noche es tan negra como mágica, tan estrellada como perfecta.
Estrategias necesarias
El frío no perdona y me obliga a vestir todas las prendas de abrigo que tengo. Una camiseta y mallas térmicas, un Polartec, el plumón y el Gore. Dos capas de guantes. Doble calcetín, pantalones de BTT y pantalones de trekking. Un Buff y un gorro.
La táctica consistirá en hacer paradas cortas y mantenerme siempre en movimiento, especialmente antes de que el sol ilumine el valle. Por ahora todo está helado y tengo que caminar con extrema precaución.
Con el frontal encendido y el GPS activado, sigo las trazas de un zigzag continuo que asciende montaña arriba de forma progresiva mientras empujo la bici con tesón. El terreno es impracticable, pedregoso, aunque ya lo sabía.
Tengo que vigilar donde pongo los pies, en concreto el izquierdo, puesto que mi zapatilla tiene la suela destrozada y se abre en un ángulo de 45º cada dos por tres.
Mi mente activa el modo de ciclopenitencia, y avanzo despacio con una respiración que destila vapor de aire, como lo haría un dragón enfurecido, pero con fuego.
Primeros quinientos metros de desnivel positivo y dos horas de camino logrados, hasta una choza de metal que podría servir de refugio
Asumiendo la dureza del circuito
Aprovecho para desayunar el bocadillo que preparé, protegiéndome de Eolo detrás de una voluminosa roca. Cuando me reincorporo sufro todos los males que uno pueda imaginar.
He parado quince minutos y estoy íntegramente helado. He perdido la sensibilidad en los dedos de las extremidades, me duelen los riñones y en las piernas tengo agujas.
No es momento para las quejas, así que retomo la marcha por una fina línea de polvo, ahora mucho más estrecha y arenisca, resbaladiza, y con más inclinación. Pulsar los frenos, golpe de riñones y ganar quince metros.
Descansar diez segundos y repetir el proceso. Cuando quiero beber, topo con un escollo inesperado: las botellas de agua de la bici están heladas.
¡Mierda! Intento romper el hielo del interior, pero me resulta imposible, por lo que no tengo otra opción que lamer el enorme cubito que se ha formado.
Tal vez por la falta de hidratación, o quizás también por la altura, un malestar agudo y punzante se instala en mi cabeza.
Acercándome al punto culminante
Con los primeros rayos de luz empiezo a cruzarme con porteadores nepalíes que cargan en sus frentes inmensas mochilas de turistas.
¿Y acaso puedo quejarme, yo, de tirar de mi bici? Seis horas después, tras recorrer algo más de seis kilómetros y acumular un desnivel positivo de mil trescientos metros, hago cumbre al Thorong La (5.416m).
Un sentimiento de satisfacción corre por todas las venas de mi cuerpo. En este ático es tan fácil emborracharse de las vistas privilegiadas al Himalaya nepalí como de la falta de oxígeno.
Cojo ticket para inmortalizar el instante en el cartel del Thorong La y, tras unos diez minutos, estoy de vuelta a la realidad. Es hora de bajar, posiblemente, por uno de los descensos más espectaculares del planeta.
Si deseas saber más sobre los viajes cicloturistas de Gerard Castellà, puedes consultar su blog o también los canales de Instagram @gerard.castella y el hashtag #acopdepedal.